Reproducimos, por su interés, un extenso artículo publicado por Nuria Moreno, experta en Comunicación No Verbal en el portal Top Comunicación & RRPP, que analiza el significado de los gestos utilizados por Donald Trump en sus intervenciones:
Donald Trump, el héroe mediático que no necesitaba publicidad porque su lenguaje corporal ya lo dice todo… ¡nos está dando tanto juego! ¡Gracias Donald!
Cuando observamos a Donald Trump, y cuando no lo observamos también -pues resulta casi imposible no quedarnos estupefactos a la par que aterrorizados ante prácticamente todo lo que dice y hace- hay algo que sobresale de manera casi antinatural, de modo que si tuviéramos que decir un solo rasgo que lo resume y caracteriza, este sería sin duda: su fuerza, o lo que sería más acertado aún, su ostentación de poder.
Parece como si realmente pudiera hacer de la noche a la mañana todo lo que se propone, como si el gobierno norteamericano constara de una sola y única persona, él y nadie más que él, el todopoderoso. Y sin embargo, qué curioso, pues es precisamente aquí, en la exageración del poder, donde Donald Trump se delata. Y es que, como bien reza una de las claves fundamentales en comunicación no verbal: “todo lo que es exagerado es mentira”.
Las personas nos muestran con aquello que exageran justamente aquello que ansían, que adolecen o de lo que carecen, y al mismo tiempo lo que más les gustaría ocultar, produciendo lamentablemente el efecto contrario, canta. Los seres humanos somos duales por naturaleza, y en esta dualidad nos debatimos a menudo entre extremos, hasta que conseguimos lograr un término medio y nos equilibramos.
Una vida entera no basta a menudo para hacer semejante trabajo de pulir nuestras tendencias bipolares, y muchas veces lo que hacemos es todo lo contrario, acentuarlas más. Nuestra tendencia también a no verlo, o a no querer reconocerlo, no facilita este proceso, así que preferimos tropezar una y otra vez con la misma piedra y ya de paso echarle la culpa a la piedra, antes que detectar nuestros errores y carencias, y tratar de subsanarlas.
Veamos cómo es esto en el caso de Donald Trump y qué tiene que ver con su fuerza y con sus morritos de niño enfurruñado. Creo que estaremos de acuerdo en una cosa: todo en Donald Trump habla de fuerza y poder. Y si no, miren estas imágenes. Sí, lo sé, también de descaro y vulgaridad, pero eso no le resta poder, solo respeto, educación y verdadero liderazgo, que es lo que realmente no tiene.
Donald Trump, 120 kilos, grande, corpulento, muy voluminoso pero en nada blando, nos da una primera imagen de solidez, dureza y rigidez. De los pies a la cabeza, todo es rectitud. Postura erguida y estable, cabeza altiva, espalda y hombros rectos y abiertos. Todavía no ha hablado, todavía no se ha movido y ya impone. Cuando lo hace, cuando se dispone a hablar, se hace más grande aún, se inclina hacia delante, a la ofensiva, apoyándose con ambos brazos en el atril, o abriéndolos en forma de ele y enseñando las palmas de las manos en posición de stop y mostrando estar en todo momento alerta a lo que pueda suceder y sin perder en ningún momento el control.
Es el lenguaje de la selva, el más primitivo y animal, el de hacerse grande o pequeño, el de ganar o perder, el de sobrevivir o perecer. Y de eso trata su política agresiva y proteccionista, de preservar, atacar, defender. Es la vida o la muerte, tú o yo, no hay término medio. América, grande otra vez, a base de muros y de barreras que garanticen a los americanos que su necesidad más básica, la de sobrevivir, esté a salvo. Esta es la función de nuestro cerebro más primitivo, el que preserva nuestra especie y garantiza nuestra existencia, el reptiliano, y este es también el que caracteriza toda la comunicación no verbal del nuevo presidente americano, meramente funcional, sin emoción, movimiento, sin sentimiento, suavidad, sin escucha y reflexión, las que producen un discurso elaborado, profundo y argumentativo, y por último, sin lo social, la disposición de estar al servicio y fomentar la colaboración y el diálogo.
La comunicación no verbal de Trump, es todo lo contrario, es la de parar, cortar y segmentar. Y así es también su entonación, su dicción clara, sus pausas. En ningún momento vemos en sus gestos fluidez, relajación o espontaneidad. Solo hay movimientos rectilíneos que expresan orden al más puro estilo militar, propio de quien se encuentra en un estado de guerra o de emergencia. Y esto es lo que necesitan al parecer la mayoría de sus votantes.
Cuando se superan los límites de abuso que un pueblo puede tolerar, y cuando se vive desde el miedo básico a sobrevivir, las maneras no importan. Ni las maneras, ni en este caso los valores, la ética o la estética. Nada importa. Los americanos no han elegido a alguien con educación, cultura o valores, sino a alguien que les garantice que va a defender sus necesidades más básicas, las de subsistir, y que su principal función va a ser la de poner límites. Y así es el lenguaje corporal de Donald Trump, tan rígido, hermético y desolador, como el muro que quiere levantar.
Muestra de ello, es esta postura tan característica suya, postura STOP, la que hace con sus manos y antebrazos al formar una “L” en 90 grados.
Si has llegado hasta aquí prueba tú mismo a poner esta postura, pues la experiencia es la madre de la ciencia, y dime qué sientes. No me digas que no resulta extremadamente difícil separar el codo del tronco hasta formar un ángulo recto con él, hacer otro ángulo recto con el antebrazo a su vez y subir y bajar este armatoste con el dedo índice bien recto y hacia arriba alternándolo con el círculo de precisión que se forma al unir índice y pulgar, en el caso de Trump, dedo medio y pulgar, pues el índice lo necesita para remarcar constantemente su cuestionable “autoridad”.
¿Qué tal te sientes? ¿Has notado cuánta tensión interior requiere este gesto que Trump hace repetidamente en todas sus intervenciones? Si lo has hecho, sabrás que te tienes que forzar mucho para hablar y pensar acompañado de semejante articulación corporal. Y es que hay algo muy, muy, muy forzado en Donald Trump, su autoridad.
No obstante, su comunicación no verbal obtiene credibilidad. Donald Trump logra trasladar el mensaje “voy a cumplir”. ¿Cómo consigue esto?
1) Porque es honesto, va de frente. En todo momento muestra las palmas de las manos, como quien se dispone a declarar ante un juez en un tribunal.
2) Todos sus gestos son de precisión y de reiteración, tiene objetivos claros que enfatiza una y otra vez mostrando su convencimiento de lo que dice.
3) En la mayoría de los casos nos muestra bien el dedo índice o bien el pulgar arriba, indicando “aquí mando yo”.
4) Por su dicción clara. Trump utiliza frases cortas y vocaliza, se entiende perfectamente todo lo que dice. Esto llega y denota franqueza, transparencia y claridad en sus propósitos.
Trump va al grano. No nos trata de engatusar, ni tampoco se va por las ramas, mostrando claridad mental, pocas ideas concretas que llegan con fuerza a su auditorio, por su simpleza y brevedad. Esta es la base de su triunfo, esta y también la falta de escrúpulos, claro. Y es que puede permitirse ser directo y hasta incluso vulgar porque no le importa en absoluto lo que se diga de él, es más, cualquier provocación, nutre su ira y le llena de coraje y energía para contraatacar y crecerse aún más, dándole una nueva oportunidad de mostrar quién es aquí el mandamás y sembrar terror, su modelo de gobierno, la autoridad por miedo.
Hemos visto su capacidad práctica, como un toro, veamos ahora su capacidad de emocionar. Donald Trump, no conecta con la mirada, sus ojos inexpresivos no buscan al otro, están fijos, su mirada al frente, fría, distante, por momentos ausente por momentos incisiva, cuando no despreciativa, no busca gustar, ni conectar. Su expresión facial es nula, seria, hierática. Sus movimientos, predominantemente rectilíneos, muestran orden y rigidez. Parece un robot.
Sus brazos se mueven en ele, haciendo barridos, como si solo se pudieran mover en ángulos rectos. En ningún momento vemos fluidez, espontaneidad o suavidad. Sus movimientos son repetitivos, los propios de quien reitera obstinadamente lo mismo una y otra vez, como quien se ha quedado atascado en un proceso incapaz de terminar un ciclo o quien trata de dar una lección con poco éxito, tratando de imponer su criterio.
La guinda de estos movimientos culmina con la tensión que muestra en su mano abierta con todos los dedos extendidos y en especial por el abuso del dedo índice, y en cómo intercambia este dedo de mano en mano en un baile que es todo menos armónico, por falta de sentido, ya que no acompaña lo que dice, pues este baile a contra-ritmo responde más bien a un orden jerárquico en las ideas y creencias que a una coherencia interna.
Donald Trump no pretende seducir, ni gustar, ni convencer, ni argumentar. Pero cuánto lo necesitaría, para ser realmente coherente y funcional. Su comunicación en este sentido es auténtica, puesto que cuerpo, ritmo y entonación corresponden con su mensaje claro, conciso, tajante y reiterativo. Pero sus movimientos excesivamente rectilíneos, y su alternancia en los movimientos derecha e izquierda no acompañan el discurso, van por otro lado, mostrando una grave contradicción interna, la de una persona que ha bloqueado la expresión emocional, convirtiéndola en fuerza, dominio, rectitud y volumen, y paralizando todo movimiento interno, toda expresión natural, en un control absoluto de la emoción, de una manera que económicamente resulta, aunque avasalladora, eficaz, y eso sí, a nivel humano claramente desproporcionada y disfuncional. Es la guerra. Para el reptiliano, todo signo de emoción es sinónimo de debilidad.
Hay además en Donald Trump algo anómalo en su concepto del yo, de la identidad. Prueba de ello es el uso, o más bien el abuso, que hace del dedo índice, que utiliza únicamente para mandar o acusar, y que luego guarda para hablar de sí mismo, al contrario de lo que es natural, creando un gesto tremendamente complicado de imitar. En estos casos dobla y esconde el dedo índice en gatillo, apunta con los otros tres y saca el pulgar hacia arriba, en una postura que desde hoy lleva su nombre, PPT, Postura Pistola Trump, pues nunca antes la he visto en nadie más.
Pero volviendo a su dedo índice, este uso inusual, del dedo con el que indicamos nuestra autoría, nuestra identidad, el dedo “yo”, significa que su sentido de sí mismo, su sentido de la identidad, existe en cuanto a un nivel jerárquico, en función de ordeno y mando, “dedo autoritario” - dedo índice arriba -, y en función de acusación “dedo acusador” - dedo índice al frente- , y no tanto a un nivel personal, para hablar de sí mismo, “dedo yo”, - dedo índice hacia uno mismo-.
Quizás Donald Trump se haya llegado a creer en algún momento el personaje que de sí mismo ha creado, perdiéndose en este alarde, algo importante, a sí mismo. Hemos visto su fuerza, veamos ahora su debilidad, pues son precisamente estos contrastes, los que denotan cuál es el área de mayor incoherencia en una persona, y dónde radica su mayor vulnerabilidad, la que le pierde, la que necesita trabajar y corregir, y de la que se es poco consciente, por norma general, en el caso de Donald, su falta de firmeza y su falsa autoridad.
De lo más evidente a lo más sutil, si bien todo en Donald Trump habla de fuerza, son varias las evidencias que nos dan prueba de todo lo contrario. La primera de ellas, su voz. Al igual que sus gestos no coinciden con su persona, indicándonos que hay algo que no encaja.
Su voz no acompaña a su cuerpo, que demanda una voz tan fuerte y potente como el resto del voluminoso conjunto. Lo segundo, miedo e ira, sus microexpresiones más predominantes, muestran que esta persona no está en una actitud de servicio, sino que por más millones que tenga, estos nunca bastarán para tapar su miedo vital a sobrevivir, de ahí su afán en siempre tener más y la llamativa y exagerada ostentación de poder que vemos en el uso de su nombre, los rótulos y fachadas de sus edificios, sus lujosas posesiones y hasta las mujeres que elige para lucirse, otro objeto más.
El miedo a no tener no se acaba teniendo, sino explorando ese miedo que es un invitación a superar una etapa y evolucionar, que en su caso sería obteniendo el reconocimiento desde otro lugar que no sea el del éxito, y de que nos quieran por ser quienes somos y como somos, y no por lo que logramos o por lo que tenemos. De ahí, que sea muy lógico que represente a todos aquellos que también perciben su capacidad de subsistir desde este temor y que su papel principal sea el de de aplacar los miedos de a quien representa en una sociedad tan polarizada como él.
En tercer lugar, sus gestos, esos pequeños gestos que se escapan y que no encajan con el resto del cuadro, son los que mas información nos dan. Donald Trump gira la cara en negación, sube el mentón en rebeldía, baja los párpados como quien no quiere estar más presente, aprieta la boquita en contención y pone morritos como diciendo “pues me enfado” como cuando los niños pequeños se enfurruñan y dicen “pues si no haces lo que yo quiero, no juego más”, demandando atención y aprobación haciéndose el ofendido.
Es la necesidad del niño, la necesidad de cariño, la de sentirnos realmente queridos y reconocidos, por ser quienes somos y como somos, y no solo por nuestros logros, la que nos permite desarrollarnos emocionalmente de una manera sana, y en este sentido, Trump, muestra estar completamente bloqueado.
Estos morritos, junto a su falta de movimiento, de toda espontaneidad y amabilidad, junto a la falta de inexpresividad facial, muestran una persona que no ha sabido, no ha querido o no ha podido madurar a nivel emocional. Le ha resultado más fácil enmascarar esta carencia en un exceso de dureza y frialdad que lo paraliza y ha quedado atrapado en una estructura vertical, condenado entre los polos autoridad y sumisión, del que es preso, y no amo, pues no domina para nada, sino que el afán de poder lo domina a él, y en cuyo eje, parece no importarle mostrarnos sin tapujos y con toda suerte de lindezas verbales y no verbales que él se encuentra en su parte superior, en la de la autoridad y la imposición, pero… ¿será realmente lo que parece?
Dejémonos de tonterías. No hay posibilidad de equilibrio en los extremos. En cualquier caso, estos americanos, los que le han votado, han encontrado en Donald Trump la solución a lo que estaban buscando. La América profunda, bien en bienes, bien en miras, ya no es tan profunda, pues salta a la superficie, salta a la vista, que Estados Unidos hace tiempo que ya no es The American Dream, ni lo será, igual que España, hace tiempo, que ya no va bien, mucho más tiempo del que sus políticos lo querían reconocer, y como en todos los ciclos en los que esto sucede, llega un momento en que las voces menos influyentes, menos poderosas y más oprimidas, que terminan siendo muchas, demasiadas, muchísimas, se hacen patentes, llegan arriba y se hacen oír, dando una lección al resto del mundo, en teoría, “educado” y “polite", que no lo entiende, porque el sí va bien, y se sorprende boquiabierto, como si este resultado nada tuviera que ver con ellos, pero que efectivamente en su día demostraron ser sordos y ciegos a la hora de atender, de repartir y de equilibrar, lo que ellos sí disfrutaban, dando lugar a una sociedad igual de polarizada que los líderes que las representan.
Y así, en Estados Unidos, hoy, mientras unos dicen ¡por fin! y otros gritan ¡socorro!, gobierna democráticamente un líder dictatorial. Donald Trump, un líder con Triunfo pero no sin trampa.