Frank Underwood observa la mesa del Despacho Oval mientras camina a su alrededor. Alarga su mano para tocar el tapete mientras no deja de mirar el escritorio sobre el que reposa la responsabilidad del hombre más poderoso del mundo, el que será su escritorio. Primero lo hace despacio, con timidez, con el respeto que le impone ese lugar histórico en el que se decide el destino de buena parte del planeta. Sin embargo, pronto coge confianza...
Coloca sus manos mirando al frente, separadas del torso, paralelas. Primero lo hace con una y luego con la otra hasta que levanta la cabeza y clava sus ojos en el objetivo de la cámara.
Antes y después de Frank Underwood, el protagonista de House of Cards, numerosos políticos y grandes hombres de negocios en todo el mundo se han dejado retratar en esta pose durante décadas y décadas, entre ellos, Kim Jong-un, Vladimir Putin, Obama, Donald Trump, Lyndon B. Johnson...etc., con una liturgia y una composición prácticamente idénticas en momentos donde la patria precisaba de un líder fuerte.
Se trata de una postura catalogada por los expertos en lenguaje no verbal como postura de poder, es decir, toda aquélla en la que expandimos nuestro cuerpo para ocupar el máximo espacio posible y tiene un impacto en nosotros mismos y en nuestra audiencia.
Según experimentos llevados a cabo por la profesora Ammy Cuddy, de la Universidad de Harvard, adoptar esta postura de poder durante sólo dos minutos hace que los niveles de testosterona, la hormona asociada a la dominancia, aumenten un 20 %.
También provoca una notable bajada en nuestros niveles de cortisol, que contribuye a lidiar con situaciones estresantes. De hecho, esta postura se enseña en las escuelas de negocios más prestigiosas del país y se asocia con lanzar un órdago en una negociación, dar órdenes o con un ultimátum.
En España resulta difícil encontrar ejemplos de esta pose entre la alta política, aunque menos en la gran empresa, donde es muy habitual. Por ejemplo, se trata de una de las posturas predilectas del presidente del Real Madrid y la constructora ACS, Florentino Pérez, así como de algunos directivos de empresas del Ibex35 .
Según explica la revista Papel del diario El Mundo en un amplio reportaje, en España, los expertos analizan esta pose con un matiz ligeramente distinto al de la traducción. «Más que una postura de poder la interpretaría como una postura de control, que son conceptos fronterizos. Una pose que viene a decir todo está bajo mi mando, éste es mi espacio y tengo la situación dominada», explica Yuri Morejón, director general de Yescom Consulting y autor del libro De tú a tú, la buena comunicación de gobierno.
Ochenta años antes de que se grabase la secuencia de Frank Underwood en el Despacho Oval, Frances Perkins, que fue Secretaria de Trabajo en EEUU durante casi una década, adoptaba esta posición en su despacho. Así daba el pistoletazo de salida a esta postura ritual con la que hombres poderosos -y sólo hombres, porque desde Perkins ninguna mujer en un puesto de relevancia se ha vuelto a retratar en esta actitud- han querido escenificar su poder y control.
Entre ellos, el caso más emblemático que ha pasado a la posteridad es el posado del presidente americano Lyndon B. Johnson en la portada de la revista Life de diciembre de 1963, a las dos semanas de asumir la presidencia tras el asesinato del John Fitzgerald Kennedy.
Con la nación abatida por la muerte de JFK en Dallas, resultaba imperativo escenificar el poder y el control de la nueva administración ante el pueblo americano. Johnson optó por esta postura apoyado sobre la mesa del Despacho Oval, como hizo Underwood con medio siglo de diferencia.
La ausencia de políticos españoles adoptando poses de autoridad en contraposición a los grandes empresarios invita a llegar a una conclusión muy sencilla sobre dónde reside realmente el poder en nuestro país. Sin embargo, los expertos optan por una explicación más técnica. «Los empresarios españoles tienen pocas fotografías. Son celosos de su intimidad, reservados, cautelosos. Cuando se hacen una foto pretenden que tenga un carácter memorable y de baja obsolescencia para su retención y republicación», explica Antonio Gutiérrez-Rubí.
Los políticos españoles comparten la falta de exposición al escrutinio público de los grandes hombres de negocios, por lo que en España, los rituales que componen el día a día de nuestra política cuentan con un boato y un institucionalismo que dibujan una pátina gris que aplana y homogeniza a nuestros representantes públicos. «Encontrar una fotografía política con intención más allá de lo circunstancial es muy difícil», indica Rubí.
"En la cultura norteamericana hay una mayor desinhibición con el mobiliario, de tal manera que los objetos en general forman parte de la escena más allá del utilitarismo con el que fueron concebidos y los políticos americanos saben utilizar esos objetos de forma teatral para que formen parte de la fotografía", asegura Gutiérrez-Rubí, que afirma en cambio que «la política española está demasiado pendiente de lo que dice y no del cómo lo dice. El lenguaje visual es bastante pobre, monótono, y la propia institución hace que se parezcan unos a otros».