Lo políticamente correcto regresa al centro de la discusión política y académica en Estados Unidos, hasta el punto de que en los campus universitarios, se plantea limitar la libertad de expresión para evitar incomodar a los estudiantes.
En la campaña para las elecciones presidenciales norteamericanas de noviembre, los populistas agitan el derecho a proclamar lo que aparentemente todo el mundo piensa, pero nadie se atreve a decir.
Hace poco, el propio presidente Barack Obama replicó a la retórica republicana sobre lo políticamente correcto. En el discurso sobre el estado de la Unión, el rito central de la política estadounidense, Obama dijo: “debemos rechazar la política, cualquier política que señale a personas por su raza o religión. No es un problema de corrección política".
Cuando, dos días después, el moderador del debate de la cadena Fox Business preguntó a Trump si rectificaría sus planes para impedir la entrada de musulmanes en EEUU, el magnate neoyorquino respondió: “tenemos que acabar con la corrección política”.
“La corrección política es antitética con nuestro principios fundacionales de libertad de discurso y libertad de expresión”, ha escrito por su parte otro de los candidatos presidenciales, el neurocirujano Ben Carson.
La batalla contra la corrección política es uno de los argumentos más importantes a la hora de designar a un nominado del Partido Republicano a las presidenciales. La corrección política, según esta visión, consiste en llamar radicales islámicos a los terroristas del ISIS, o en indignarse por propuestas para limitar la entrada de refugiados musulmanes.
Corrección política significa, de acuerdo con Trump y otros republicanos, no llamar ilegales a los inmigrantes sin papeles. Según los incorrectos, no llamar las cosas por su nombre conlleva riesgos para la seguridad nacional.
Se trataría de una cuestión léxica y política: cómo nombramos el mundo revela cómo lo vemos y cómo actuamos. Entre la buena educación y el eufemismo “la corrección política tiene su base en la buena educación”, ha destacado Arthur Brooks, presidente del American Enterprise Institute, el principal laboratorio de ideas conservador en EE UU.
Brooks sostiene que el abuso de lo políticamente correcto con fines políticos ha provocado una reacción: decir cosas ofensivas a propósito, “y demagogos como Trump han explotado esta reacción”.
Políticamente correcto, para la derecha, es sinónimo de izquierda y de élites políticas e intelectuales. Como ocurrió en los años noventa, cuando el debate sobre lo políticamente correcto llegó a las universidades estadounidenses, los campus se convierten en escenario de otra batalla intelectual donde se discute sobre los espacios seguros, aquellos ámbitos donde los estudiantes tendrán la garantía de no oír discursos ofensivos.
En los debates para la nominación del Partido Republicano a la Casa Blanca, es tabú cuestionar el derecho a portar armas de fuego. Y el victimismo, que los políticamente incorrectos de la derecha atribuyen a la izquierda, se ha convertido en una característica de muchos conservadores.